
Vengo del desconsuelo

Vengo

Vengo de donde nacen los idiomas
al otro lado del silencio y de la estatua
y traigo en mis bolsillos las libélulas
que escapan al espejo de las aguas
−más silencios que versos, más preguntas
que dogmas y más dudas que metáforas−
y con ello me siento libre y solo,
domado domador de la palabra.
¡Ah! qué guerra tan íntima, qué guerra,
por pura y transparente, necesaria;
pero asfixia el asombro en el que siempre
desnudo las flaquezas de mi alma:
¿Qué hago con la pólvora que queda
en las manos, después de la batalla?
Como quien nombra el tiempo

o pueblos con sonidos oxidados;
el centro quebradizo y a los lados
la expresión de mi rostro de acertijo.
¿Dónde está el fortín y el escondrijo
para poder jugar a los soldados?
¿Quién se llevó mis trompos machacados,
quién el abrazo, quién el regocijo?
¿Adónde ha ido la pasión desnuda
a desnudar la aurora, que no vuelve?
¿Quién es ese que mira, como un hombre
reflejado en el tiempo y no me ayuda?
Aquel que en ese espejo se disuelve
como quien nombra el tiempo con su nombre.
Como si...

De repente me nombran las campanas
como si hubiera muerto y no supiera
que me han nacido flores en los ojos
y cruces en los brazos y en el pecho,
como si esta ciudad, desde esta tarde,
se empeñara en borrar cada traspiés,
cada sílaba y beso, cada paso donado
a la inquietud del parque, a las iglesias,
a los bancos, las huelgas y los cines,
como si ya los árboles no hablaran mis idiomas
y el agua olvidara su condición de verso,
como si las farolas ya no fueran asombros
y las plazas dejaron de ocultar
amores colegiales,
como si, de repente,
la poesía ya no fuera
inevitable
y me nombraran todas las campanas.
Alzhaimer

No sé por qué el fuego me es ausente
y el vino se hace espeso en este vaso,
ni por qué tiene forma de fracaso
el recuerdo que llega de repente.
Si quise con mi trazo decadente
dibujar su sonrisa en el ocaso
y en el caudal de sombras del acaso
fundar la fe de cuerpo transparente
querré seguramente que se lea
amor cuando el amor nombrado sea
al temblor en que el verso se edifica.
Pero esta noche en que se espesa todo
sólo quiero mirar la luz del mismo modo
del hombre al que el olvido crucifica.
Para Elena
A un año de su partida
Vino el signo del agua lentamente
a mojarse con versos de mi arena;
vino como si no, por cada vena
que cruza por mi cuerpo decadente.
Quiso el signo del agua de la fuente
edificarse en círculos de avena
y en acasos de luz la luna llena
vino como si no, y transparente.
Se levantó la noche y tuvo celos
del beso efímero que nunca supo
ofrecer a la luna sensitiva,
y cubrió con su brea a los majuelos,
testigos de los besos, y no cupo
el signo en la metáfora furtiva.
Si pudiera quedarme como muerto

Si pudiera quedarme como muerto,
con los ojos callados en mí mismo
a un paso del anhelo y del abismo,
apenas en el roce de lo incierto.
Si pudiera quedarme como inserto
en un poema al borde del lirismo,
como esperanza vaga, como un sismo
que estremezca el íntimo desierto
te hablaría de amor como un poeta
que busca en las orillas de la tarde
el soplo sublimado de la amada.
Pero te quiero mía a risa inquieta,
de piel desnuda y en la piel que arde
de este lado del verso. Menos, nada.