Vengo del desconsuelo


Vengo del desconsuelo con la líquida
entereza que ofrece la palabra,
con diez palomas húmedas de versos
eludiendo la sangre de mis lágrimas.

Vengo como el que no, como los buques
que no encontraron puerto ni metáfora
en que anclar el poema incardinado,
llevado en las bodegas como carga.

Vengo y no, como el que predice lluvia
un día de febrero o de mareas
de este lado del tiempo y las campanas.

No estoy, y sin embargo tiembla el músculo,
la mano tiembla, tiemblan los carámbanos
y callan las palomas sobre el agua. 


Vengo

Vengo de donde nacen los idiomas

al otro lado del silencio y de la estatua

y traigo en mis bolsillos las libélulas

que escapan al espejo de las aguas

−más silencios que versos, más preguntas

que dogmas y más dudas que metáforas−

y con ello me siento libre y solo,

domado domador de la palabra.                                                                                                                                                          

¡Ah! qué guerra tan íntima, qué guerra,

por pura y transparente, necesaria;

 

pero asfixia el asombro en el que siempre

desnudo las flaquezas de mi alma:

 

¿Qué hago con la pólvora que queda

en las manos, después de la batalla?


Foto by Andrei Larionov


Como quien nombra el tiempo

            Como quien dice al tiempo el nombre de las horas
                                                                       Marién
El tiempo tiene aroma de cortijo
o pueblos con sonidos oxidados;
el centro quebradizo y a los lados
la expresión de mi rostro de acertijo.

¿Dónde está el fortín y el escondrijo
para poder jugar a los soldados?
¿Quién se llevó mis trompos machacados,
quién el abrazo, quién el regocijo?

¿Adónde ha ido la pasión desnuda
a desnudar la aurora, que no vuelve?
¿Quién es ese que mira, como un hombre
reflejado en el tiempo y no me ayuda?

Aquel que en ese espejo se disuelve
como quien nombra el tiempo con su nombre.




Como si...

De repente me nombran las campanas

como si hubiera muerto y no supiera

que me han nacido flores en los ojos

y cruces en los brazos y en el pecho,

como si esta ciudad, desde esta tarde,

se empeñara en borrar cada traspiés,

cada sílaba y beso, cada paso donado

a la inquietud del parque, a las iglesias,

a los bancos, las huelgas y los cines,

 

como si ya los árboles no hablaran mis idiomas

y el agua olvidara su condición de verso,

 

como si las farolas ya no fueran asombros

y las plazas dejaron de ocultar

 amores colegiales,

 

como si, de repente,

la poesía ya no fuera

 

inevitable

 

y me nombraran todas las campanas.


Foto by Andrei Larionov


Alzhaimer

No sé por qué el fuego me es ausente

y el vino se hace espeso en este vaso,

ni por qué tiene forma de fracaso

el recuerdo que llega de repente.

 

Si quise con mi trazo decadente

dibujar su sonrisa en el ocaso

y en el caudal de sombras del acaso

fundar la fe de cuerpo transparente

 

querré seguramente que se lea

amor cuando el amor nombrado sea

al temblor en que el verso se edifica.

 

Pero esta noche en que se espesa todo

sólo quiero mirar la luz del mismo modo

del hombre al que el olvido crucifica.


Foto by Andrei Larionov


Para Elena

A un año de su partida


Vino el signo del agua lentamente

a mojarse con versos de mi arena;

vino como si no, por cada vena

que cruza por mi cuerpo decadente.

 

Quiso el signo del agua de la fuente

edificarse en círculos de avena

y en acasos de luz la luna llena

vino como si no, y transparente.

 

Se levantó la noche y tuvo celos

del beso efímero que nunca supo

ofrecer a la luna sensitiva,

 

y cubrió con su brea a los majuelos,

testigos de los besos, y no cupo

el signo en la metáfora furtiva.

Si pudiera quedarme como muerto

Si pudiera quedarme como muerto,

con los ojos callados en mí mismo

a un paso del anhelo y del abismo,

apenas en el roce de lo incierto.

 

Si pudiera quedarme como inserto

en un poema al borde del lirismo,

como esperanza vaga, como un sismo

que estremezca el íntimo desierto

 

te hablaría de amor como un poeta

que busca en las orillas de la tarde

el soplo sublimado de la amada.

 

Pero te quiero mía a risa inquieta,

de piel desnuda y en la piel que arde

de este lado del verso. Menos, nada.


Foto by Andrei Larionov